jueves, 22 de enero de 2015

Mi nuevo proyecto : Torpe, bella y sin compromiso



¡¡Hola a tod@s!!

Hoy os traigo una pequeña "sorpresa", lo pongo entre comillas, porque muchas ya habéis leído un cachito y habéis visto a los protas.

Os presento a Andrea: 

Es una chica Sevillana, que actualmente vive en Barcelona. Algo torpe, pero muy dicharachera. Ella es la que nos va a llevar de la mano, por su historia.

Por el camino, nos vamos a encontrar a varios personajes, entre ellos... a Jonathan.


Y ahora estaréis pensando... ¿y la sorpresa?

¡¡YA VOY, YA VOY!!
Pero antes quiero pediros que me digáis que os parece, estoy intentando que sea una novela Chick-lit, así que mi intención, es hacer que os lo paséis muy bien.

Así que ahí va el primer capítulo:

1
Conociendo a Andrea

Suena el maldito despertador, sin abrir los ojos, tanteo con la mano hasta encontrarlo. Lo paro, necesito cinco minutos más, me he quedado hasta las tantas repasando manuscritos en el ordenador. Pero tengo que levantarme para ir a la editorial, como llegue tarde, me caerá una buena bronca. Me incorporo con los ojos aún pegados, mis pies reptan por el suelo, que por cierto está frío, en busca de mis zapatillas. Por fin las encuentro, me las pongo, me levanto y pongo primera marcha hacia el baño. <<¡Mierda! ¡Joder!>> Grito como una loca toda clase de improperios. Acabo de darme con la pata de la cama, en el dedo pequeño del pie. <<¡Dios como duele!>>   Hablo en voz alta, para mí misma, porque el único ser viviente que comparte casa conmigo es mi querido y amado gato. Que, todo sea dicho, pasa olímpicamente de mí y mis mil y un accidentes.
Cojeando, llego al fin al baño. Me meto en la ducha y consigo salir de ella indemne, algo raro, ya que siempre me pasa algo. Empiezo a pensar que alguien me ha echado un mal de ojo permanente. Aunque si así fuera, debía ser alguien que me odie desde que tenía quince años. Con esa edad, se me ocurrió teñir mi preciosa melena rubia, con un tinte. Obviamente a escondidas de mi madre, pero el resultado fue desastroso. Acabé con el pelo verde y las puntas totalmente chamuscadas. La pobre peluquera, cuando me vio por poco le da algo y mi madre… Bueno de mi madre mejor no hablar, con decir que no he vuelto a ponerme un tinte, se sobreentiende.
Me miro en el espejo y mi reflejo es espantoso. Tengo unas ojeras enormes y los ojos súper rojos. Tengo que cambiar mis horarios de lectura nocturnos, el problema viene cuando un manuscrito me engancha. Si me engancha no puedo parar de leer hasta que lo termino, lo que suele significar que apenas duermo. Cojo mi súper kit de emergencia, alias mi neceser de maquillaje y después de cepillarme bien los dientes, procedo a tapar mis ojeras y a darme una buena capa de chapa y pintura. Hoy es viernes, a las dos del medio día dará comienzo mí fin de semana. Hoy las chicas tienen organizada noche de juerga. Primero cena y después no lo sé, dicen que es una sorpresa. Así que este fin de semana apunta a que será inolvidable. Aunque no me fio de mis locas amigas, cada vez que montan algo, acabamos en comisaría.
Por cierto, creo que aún no me he presentado, soy Andrea, tengo veintisiete años. Nacida en Sevilla, rubia de ojos claros, estatura media… y dejo de contar que parece que esté describiéndome en la página de contactos. Y no es así, me describo para que vosotros, los que estáis leyendo ahora mismo esta novela, os hagáis más o menos una idea de cómo soy. Guapa o no, eso ya va a gusto del consumidor.
Bueno, que me enredo, cómo os acabo de contar, me acabo de levantar, después de haberme acostado a las mil y ahora mismo me acabo de dar una ducha, después de haberme dado un leñazo contra la pata de la cama. Bien ahora que hemos hecho repaso, os cuento que ya me he vestido y que me voy directa a mi cocina, para prepararme un “peaso” de desayuno de esos que quitan el sentido. ¿Qué en que consiste un desayuno de los que quitan el sentido? Muy fácil, en una buena tostada con aceite de oliva, del bueno y con jamón serrano. Acompañado de un buen café con leche. Mis desayunos son de este calibre y así, es como consigo llegar más feliz que unas castañuelas al trabajo.
Cuando salgo de casa, me dirijo a la parada de metro más cercana, suelo ir a trabajar en metro. Coger coche en esta gran ciudad, puede ser una auténtica locura, sobre todo si trabajas en el centro. Ah, por cierto, aunque soy sevillana, la ciudad en la que vivo es Barcelona, aunque echo de menos mi adorada Sevilla y procuro ir bastante a menudo. Me pongo los auriculares, le doy al play en iPhone y comienza a sonar Burn de Ellie Goulding.

We, we dont have to worry bout nothing
Cause we got the fire,
and we‘re burning one hell of a something...
They, they gonna see us from outer space, outer space
Light it up, like we're the stars of the human race, human race 

Voy caminando al ritmo de la música, casi bailando, la gente me mira mal, otros se ríen, pero yo voy a mi bola y disfruto. Paso mi billete por el lector, se abren las puertas y paso corriendo. No por nada en especial, sino porque en dos ocasiones, justo cuando pasaba por ellas se me cerraron de golpe, consiguiendo que me diera de bruces y que la gente se descojonara a mi paso. A mí no me hizo ni pizca de gracia, pero a ellos se ve que sí, de hecho a la mayoría me la cruzo cada día, ya hasta me saludan. Llego al andén, está a rebosar de gente, como cada mañana. Me pego todo lo que puedo a la pared, me da miedo que me empujen sin querer, me tiren a las vías y justo en ese momento llegue el metro. Sí, lo sé, soy un poco exagerada, pero  me acojona, ¿qué queréis que os diga? En ese momento, llega el dichoso metro y comienza la carrera. Aquí es tonto el último y agarra tu cartera como puedas, así que engancho bien mi bolso y me lio a lo que viene siendo el clásico codazo para abrirme paso y no quedarme esperando al próximo metro. Más que nada porque si no llegaré tarde y la bruja de mi jefa me mirará con esos ojos de malvada traspasa almas, que hacen que te cagues patas abajo. Se mete casi todo el mundo, queda lo que es un hueco para una persona, es mi última oportunidad. Hecho a correr, como alma que le persigue el diablo, pego un salto y cuando estoy a punto de conseguir mi objetivo, noto un golpe y caigo al suelo. ¡Dios, mi culo, como duele! ¿Qué es lo que ha pasado? Miro de nuevo el metro y veo como en los rostros de la gente hay sonrisas, los miro con odio. Me quito los auriculares de malas formas para decirles cuatro cosas, pero no me da tiempo, las puertas se cierran y observo como mi posibilidad de llegar a tiempo y comprarme otro café para el trabajo, se desvanecen.
—¡Joder! ¡Podrías mirar por donde andas! Ahora he perdido el metro por tu culpa y voy a llegar tarde.—escucho a mi izquierda. Me giro para mirar esa voz masculina, que de buena mañana me está tocando las narices.
—¿Perdona? —le digo totalmente sorprendida y cabreada, sobretodo cabreada.
—Estas perdonada, pero me has hecho llegar tarde —me dice con toda su jeta.
—¡Pero que cojones dices! ¡Es culpa tuya! ¡La que va a llegar tarde soy yo! —le grito un poco histérica. La gente nos mira sorprendidos, aún estamos en el suelo, intento levantarme rápido pero sin éxito, porque vuelvo a caerme y a darme un culazo. El chico que ha chocado me mira y comienza a reírse, yo enrojezco de furia y rabia. —¿Quieres dejar de reírte y ayudarme a ponerme en pie?
—¿Y por qué tendría que hacerlo? —me pregunta desafiante.
—Porque es tu culpa que esté en esta situación.
—¿Mi culpa?
—¡Hombre, eres tu quien ha chocado conmigo!
—No, te corrijo, eres tú la que ha chocado conmigo.
—¡¡Arrrgggggggg!! Eres…eres... —me mira sonriente y lo peor es que esa jodida sonrisa me está calando hondo. Es que tenéis que verlo, es guapo a rabiar, rubio, alto, cara bonita, sonrisa deslumbrante, cuerpo, ay que cuerpo. Pero por dios, centrémonos, no va a conseguir ablandarme, no, no y no. —¡Eres un gilipollas!
—¡Oye! No hace falta insultar.
—Te insulto si me sale del…—me callo de golpe, antes de decir una desfachatez, al mismo tiempo que me levanto del suelo.
—¿Del? —me pregunta, sabe perfectamente que es lo que le iba a decir.
—Del nada, olvídalo —le contesto y me alejo todo lo que puedo de él, me pone nerviosa, me desconcierta con esa sonrisa.
—¡Espera! —le ignoro —, dime al menos cómo te llamas ¿no?
—A ti te lo voy a decir —justo en ese momento llega el metro. Me subo en el primer vagón y rezo porque ese chico no cruce entre vagones en mi busca.

—Llegas tarde —me dice la petarda de la recepcionista, cuando llego a la editoral.
—No me digas tía lista, ya lo sé.
—Echa el freno madaleno, que te aviso de que las aguas están revueltas hoy.
—Lo siento Maca, pero es que he empezado un poco mal el día.
—Ya, bueno, viniendo de ti no me sorprende.
—¡Cabrona!
—¡Puta!
—Te quiero —contesto sonriente. Maca es mi mejor amiga, de las de toda la vida. Se vino a Barcelona, desde Sevilla, conmigo. Siempre hemos estado muy unidas.
—Yo te quiero más. Toma anda —saca un vaso de Starbucks de detrás del mostrador. La miro con adoración —. Ahora, coge tu café, sube a tu despacho cagando leches y ponte a trabajar antes de que aparezca la hurraca.
—¿No ha llegado?
—Tiene que estar a punto, así que vuela a tu nido a la de ¡ya! —no lo dudo ni un instante, hago caso de sus palabras, le lanzo un beso en el aire y me voy corriendo al ascensor. Cuando llego arriba, me voy directa a mi despacho. Dejo el café apoyado sobre la mesa y enciendo el ordenador. Comienza mi jornada laboral, miles de correos electrónicos por contestar, otros miles por observar y evaluar, manuscritos que clasificar y enviar a mis compañeros. Cuando más concentrada estoy, suena de repente el teléfono sobresaltándome.
—Editorial Naitea, habla Andrea.
—¿Por qué dices el nombre de la editorial, si ves que te llaman de recepción, lo cual significa que ya lo he dicho yo?
—¡Ay, no seas pejiguera! No he mirado el teléfono, he contestado directamente.
—Eso es que estabas concentrada…
—Exacto
—En no derramar el café —suelta de repente.
—¿Qué pasa que has desayunado un payaso para desayunar o qué?
—¿Comemos juntas?
—Ya me estás cambiando el tema de conversación.
—Va, no seas pava, sabes que no puedo desayunar un payaso, es mi encanto natural.
—Natural sí, encanto… permíteme que lo ponga en duda.
—Zorra —sonrío.
—¿Comemos donde siempre?
—Perfecto, te dejo que viene la jefa —llega la bruja. No sé porque me tenso siempre que llega mi jefa, porque en realidad tengo buena relación, lo único es que hay que saber cómo llevarla. Pero estos últimos meses le ocurre algo, está más susceptible, salta a la mínima y casi da miedo acercarse a ella. Miro el reloj, son las diez, aún queda un ratito para el descanso, así que retomo todo lo que estaba haciendo, de esa manera seguro que se me pasa el tiempo más rápido.

Llega la hora de la comida y da comienzo mí fin de semana. Maca me llama desde recepción para que baje. Cojo mis cosas y voy con paso liguero al ascensor. Pulso el botón y en menos de un minuto llega, me muero de hambre y estoy deseando salir de aquí. Se abren las puertas y dentro hay un chico apoyado contra la pared del ascensor, me resulta familiar. De repente alza la vista y se cruza con la mía. —¡Tú! —me dice, dejándome estupefacta.
—¡No me lo puedo creer! ¿Has hecho caer a alguien más en el metro?
—¿Y tú? ¿Has vuelto a caer de culo? —me contesta sonriente.
—¿Bajas? —le pregunto, intentando cambiar el tema de conversación. Él asiente y yo… yo suspiro. Solo imaginarme a solas con este chico en el ascensor, hace que mi cuerpo comience a temblar.
—¿Entras? —me pregunta, consiguiendo que me distraiga un poco de mis pensamientos. Reacciono y me meto dentro. Me quedo mirando el panel, para pulsar la planta baja, pero veo que está pulsado. Así que lentamente, me muevo hacia la esquina derecha del ascensor, intentando alejarme lo que más pueda del tira chicas en el metro. —No te voy a morder —me dice en voz baja.
—Por si acaso, no se si eres un hombre lobo, o un vampiro —toma contestación.
—No soy un Edward ni un Jacob —me contesta riéndose —, pero si me dices como te llamas, quizás me convierta en quien tu prefieras.
—Estás pesadito con mi nombre. No te lo voy a decir —escucho como suspira.
—¿Me dejas, al menos, que te invite a un café para compensar lo de esta mañana?
—Lo siento, pero ahora imposible, he quedado para comer.
—Yo no he dicho ahora —lo miro a los ojos —, podemos ir esta tarde, o el lunes. Cuando tu prefieras —me quedo pensando que contestar. Por un lado me apetece mucho, pero por otro lado… no sé quién es. Justo en el momento en el que le voy a contestar, se abren las puertas y ahí está Maca esperándome. El guaperas sale antes que yo, ¡viva la caballerosidad!, pasa al lado de Maca y le sonríe, ella se queda embobada. Yo voy detrás de él, admirando su cuerpo de arriba abajo, ¡oh que culo tiene!, me paro junto a mi amiga y en el mismo instante en que voy a saludarla, Don buenorro se gira. —El lunes, a las dos, te vengo a recoger y te llevo a comer —me deja sin palabras, miro a Maca y está que se le van a salir los ojos.
—Me has dicho un café.
—Lo sé, pero lo he pensado mejor, prefiero que comamos juntos.
—Oye, oye, no des las cosas por hecho y mucho menos decidas por mí. Quizás no me vaya bien quedar el lunes o, simplemente,
 no me apetezca —Maca me mira incrédula.
—Tienes razón, debería haberte preguntado si te iba bien. Hagamos una cosa —a ver con que me salta ahora—, el lunes estaré aquí a las dos. Si te apetece, vamos a comer, si veo que no bajas lo tomaré como una negativa. Te esperaré durante quince minutos, si en ese tiempo no has aparecido, no volveré a molestarte —y ¡puff! Como si de un mago se tratase, desaparece por la puerta sin darme tiempo a responderle. Miro a Maca.
—Aquí no, mientras comemos, hablaremos de esto.


*****

Llegamos a la cafetería a la que vamos habitualmente. En ella sirven menús caseros y a buenos precios, los dueños ya nos conocen y nos tratan como si fuésemos de la familia. La cocinera, Marga, es una mujer de unos cincuenta y cinco años, de carácter afable y muy cariñosa. Su marido Alfonso, un encanto de hombre, atento, galán y con carita de bonachón. Siempre nos reservan la misma mesa y si algún día no acudimos a comer, los llamamos por teléfono para que no se preocupen.

Nos sentamos y miramos atentamente el menú del día. Hoy, de primer plato hay, caldo de pescado o lentejas y de segundo plato, pechugas de pollo a la plancha o bacalao. Yo me decanto por las lentejas y el pollo, Maca escoge lo mismo que yo con unas coca-colas como bebida. Cuando Alfonso se marcha con la comanda, noto como Maca me mira fijamente. Intento ignorarla, pero su mirada inquisidora me acojona. Qué queréis que os diga, no la conocéis, cuando saca el genio más vale que salgas corriendo. Sigue mirándome, yo miro de un lado a otro, intento hacerme la loca, pero no funciona. Saco el móvil, miro si me ha llegado algún correo, algún WhatsApp, pero nada. Lo guardo y sigo haciéndome la loca, pero ella no se da por vencida y sigue mirándome fijamente. —¡¡¿Qué?!!
—¿Cómo que  qué? —sigo haciéndome la loca, pero se exactamente lo que quiere. —¡¿Me puedes explicar, que cojones ha sido eso de antes?!
—¿El qué?
—Mira Andrea —uhhhh ha dicho mi nombre, eso no puede significar nada bueno —, o me cuentas ahora mismo que ha sido ese numerito con el buenorro o…
—¿O? —la reto. Pero oh, oh coge un cuchillo.
—Te juro que te corto el pelo al estilo cuchillo y sabes que soy capaz —¡Joder si es capaz! Como que cuando estábamos en secundaria, cogió unas tijeras y me cortó mi bonita melena, porque no quise decirle quien era el chico que me había llamado por teléfono. —Sabes que soy capaz, así que no me tientes.
—¡Vale! Ya sabes que he llegado tarde esta mañana —asiente—, pues ha sido por culpa del chico que has visto en recepción.
—Ya estás soltando por esa boquita —me dice al tiempo que Alfonso nos trae la comida.
—Pues nada, ya sabes de mi fobia a acercarme a las vías del tren, así que como siempre me he echado atrás. Ha llegado el metro y ha ido entrando la gente. Y justo cuando iba a entrar, un tío se ha chocado conmigo y ha hecho que cayese al suelo de culo, con tan mala pata que el metro se ha marchado. Por eso he llegado tarde.
—Vale y ese chico, ¿era el de la editorial? —asiento — ¿Y cómo ha sabido donde trabajabas? ¿Se lo has dicho?
—Nooooo, por dios. Cuando bajaba a comer contigo, me lo he encontrado en el ascensor. Imagina la cara de gilipollas que se me ha quedado, cuando lo he visto.
—Pues la misma que tenías cuando discutíais sobre lo del lunes. Por cierto, ¿qué vas a hacer?
—No voy a hacer nada más que trabajar.
—No me lo puedo creer, ¿no vas a ir a comer con semejante maromo?
—Maca, ahora mismo lo que quiero es disfrutar de vosotras, de mi trabajo…
—Y de tus dedos y tu consolador, porque llevas tela de tiempo sin catar hombre —frunzo los labios. En parte tiene razón, la verdad es que llevo más de un año sin estar con nadie.
—Eso es porque no ha llegado el hombre que me complemente.
—Deja de decir mamonerias, no ha llegado y si lo ha hecho, no le has dado la oportunidad de acercarse a ti.
—Bueno, no me calientes más la cabeza y dime que plan hay esta noche —le digo intentando cambiar de tema.
—Esta conversación no ha acabado, más adelante la tendremos de nuevo. Y sobre lo de esta noche, es una sorpresa. Solo te digo que te va a encantar.


Y hasta aquí el primer capítulo, ¡¡¡a ver que os parece!!!
¡Espero comentarios!

¿Que aventuras nos depararán estos dos?


Por supuesto no me voy sin contaros que, ahora mismo, Andrea y yo, junto a todas sus amigas, estamos de concierto.




BESITOSSSSSSSS





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