¡¡Hola a tod@s!!
Hoy os traigo una pequeña "sorpresa", lo pongo entre comillas, porque muchas ya habéis leído un cachito y habéis visto a los protas.
Os presento a Andrea:
Es una chica Sevillana, que actualmente vive en Barcelona. Algo torpe, pero muy dicharachera. Ella es la que nos va a llevar de la mano, por su historia.
Por el camino, nos vamos a encontrar a varios personajes, entre ellos... a Jonathan.
Y ahora estaréis pensando... ¿y la sorpresa?
¡¡YA VOY, YA VOY!!
Pero antes quiero pediros que me digáis que os parece, estoy intentando que sea una novela Chick-lit, así que mi intención, es hacer que os lo paséis muy bien.
Así que ahí va el primer capítulo:
1
Conociendo a Andrea
Suena
el maldito despertador, sin abrir los ojos, tanteo con la mano hasta
encontrarlo. Lo paro, necesito cinco minutos más, me he quedado hasta las
tantas repasando manuscritos en el ordenador. Pero tengo que levantarme para ir
a la editorial, como llegue tarde, me caerá una buena bronca. Me incorporo con
los ojos aún pegados, mis pies reptan por el suelo, que por cierto está frío,
en busca de mis zapatillas. Por fin las encuentro, me las pongo, me levanto y
pongo primera marcha hacia el baño. <<¡Mierda! ¡Joder!>> Grito como
una loca toda clase de improperios. Acabo de darme con la pata de la cama, en
el dedo pequeño del pie. <<¡Dios como duele!>> Hablo en voz alta, para mí misma, porque el
único ser viviente que comparte casa conmigo es mi querido y amado gato. Que,
todo sea dicho, pasa olímpicamente de mí y mis mil y un accidentes.
Cojeando,
llego al fin al baño. Me meto en la ducha y consigo salir de ella indemne, algo
raro, ya que siempre me pasa algo. Empiezo a pensar que alguien me ha echado un
mal de ojo permanente. Aunque si así fuera, debía ser alguien que me odie desde
que tenía quince años. Con esa edad, se me ocurrió teñir mi preciosa melena
rubia, con un tinte. Obviamente a escondidas de mi madre, pero el resultado fue
desastroso. Acabé con el pelo verde y las puntas totalmente chamuscadas. La
pobre peluquera, cuando me vio por poco le da algo y mi madre… Bueno de mi
madre mejor no hablar, con decir que no he vuelto a ponerme un tinte, se
sobreentiende.
Me miro
en el espejo y mi reflejo es espantoso. Tengo unas ojeras enormes y los ojos
súper rojos. Tengo que cambiar mis horarios de lectura nocturnos, el problema
viene cuando un manuscrito me engancha. Si me engancha no puedo parar de leer
hasta que lo termino, lo que suele significar que apenas duermo. Cojo mi súper
kit de emergencia, alias mi neceser de maquillaje y después de cepillarme bien
los dientes, procedo a tapar mis ojeras y a darme una buena capa de chapa y pintura.
Hoy es viernes, a las dos del medio día dará comienzo mí fin de semana. Hoy las
chicas tienen organizada noche de juerga. Primero cena y después no lo sé,
dicen que es una sorpresa. Así que este fin de semana apunta a que será
inolvidable. Aunque no me fio de mis locas amigas, cada vez que montan algo,
acabamos en comisaría.
Por
cierto, creo que aún no me he presentado, soy Andrea, tengo veintisiete años.
Nacida en Sevilla, rubia de ojos claros, estatura media… y dejo de contar que
parece que esté describiéndome en la página de contactos. Y no es así, me
describo para que vosotros, los que estáis leyendo ahora mismo esta novela, os
hagáis más o menos una idea de cómo soy. Guapa o no, eso ya va a gusto del
consumidor.
Bueno,
que me enredo, cómo os acabo de contar, me acabo de levantar, después de
haberme acostado a las mil y ahora mismo me acabo de dar una ducha, después de
haberme dado un leñazo contra la pata de la cama. Bien ahora que hemos hecho
repaso, os cuento que ya me he vestido y que me voy directa a mi cocina, para
prepararme un “peaso” de desayuno de esos que quitan el sentido. ¿Qué en que
consiste un desayuno de los que quitan el sentido? Muy fácil, en una buena
tostada con aceite de oliva, del bueno y con jamón serrano. Acompañado de un
buen café con leche. Mis desayunos son de este calibre y así, es como consigo llegar
más feliz que unas castañuelas al trabajo.
Cuando
salgo de casa, me dirijo a la parada de metro más cercana, suelo ir a trabajar
en metro. Coger coche en esta gran ciudad, puede ser una auténtica locura,
sobre todo si trabajas en el centro. Ah, por cierto, aunque soy sevillana, la
ciudad en la que vivo es Barcelona, aunque echo de menos mi adorada Sevilla y
procuro ir bastante a menudo. Me pongo los auriculares, le doy al play en iPhone y comienza a sonar Burn de Ellie Goulding.
We, we dont have to worry bout nothing
Cause we got the fire,
and we‘re burning one hell of a something...
They, they gonna see us from outer space, outer space
Light it up, like we're the stars of the human race, human race
Cause we got the fire,
and we‘re burning one hell of a something...
They, they gonna see us from outer space, outer space
Light it up, like we're the stars of the human race, human race
Voy caminando al ritmo de la música, casi bailando, la gente
me mira mal, otros se ríen, pero yo voy a mi bola y disfruto. Paso mi billete
por el lector, se abren las puertas y paso corriendo. No por nada en especial,
sino porque en dos ocasiones, justo cuando pasaba por ellas se me cerraron de
golpe, consiguiendo que me diera de bruces y que la gente se descojonara a mi
paso. A mí no me hizo ni pizca de gracia, pero a ellos se ve que sí, de hecho a
la mayoría me la cruzo cada día, ya hasta me saludan. Llego al andén, está a
rebosar de gente, como cada mañana. Me pego todo lo que puedo a la pared, me da
miedo que me empujen sin querer, me tiren a las vías y justo en ese momento
llegue el metro. Sí, lo sé, soy un poco exagerada, pero me acojona, ¿qué queréis que os diga? En ese
momento, llega el dichoso metro y comienza la carrera. Aquí es tonto el último
y agarra tu cartera como puedas, así que engancho bien mi bolso y me lio a lo
que viene siendo el clásico codazo para abrirme paso y no quedarme esperando al
próximo metro. Más que nada porque si no llegaré tarde y la bruja de mi jefa me
mirará con esos ojos de malvada traspasa almas, que hacen que te cagues patas
abajo. Se mete casi todo el mundo, queda lo que es un hueco para una persona,
es mi última oportunidad. Hecho a correr, como alma que le persigue el diablo,
pego un salto y cuando estoy a punto de conseguir mi objetivo, noto un golpe y
caigo al suelo. ¡Dios, mi culo, como duele! ¿Qué es lo que ha pasado? Miro de
nuevo el metro y veo como en los rostros de la gente hay sonrisas, los miro con
odio. Me quito los auriculares de malas formas para decirles cuatro cosas, pero
no me da tiempo, las puertas se cierran y observo como mi posibilidad de llegar
a tiempo y comprarme otro café para el trabajo, se desvanecen.
—¡Joder!
¡Podrías mirar por donde andas! Ahora he perdido el metro por tu culpa y voy a
llegar tarde.—escucho a mi izquierda. Me giro para mirar esa voz masculina, que
de buena mañana me está tocando las narices.
—¿Perdona?
—le digo totalmente sorprendida y cabreada, sobretodo cabreada.
—Estas
perdonada, pero me has hecho llegar tarde —me dice con toda su jeta.
—¡Pero
que cojones dices! ¡Es culpa tuya! ¡La que va a llegar tarde soy yo! —le grito
un poco histérica. La gente nos mira sorprendidos, aún estamos en el suelo,
intento levantarme rápido pero sin éxito, porque vuelvo a caerme y a darme un
culazo. El chico que ha chocado me mira y comienza a reírse, yo enrojezco de
furia y rabia. —¿Quieres dejar de reírte y ayudarme a ponerme en pie?
—¿Y por
qué tendría que hacerlo? —me pregunta desafiante.
—Porque
es tu culpa que esté en esta situación.
—¿Mi
culpa?
—¡Hombre,
eres tu quien ha chocado conmigo!
—No, te
corrijo, eres tú la que ha chocado conmigo.
—¡¡Arrrgggggggg!!
Eres…eres... —me mira sonriente y lo peor es que esa jodida sonrisa me está
calando hondo. Es que tenéis que verlo, es guapo a rabiar, rubio, alto, cara
bonita, sonrisa deslumbrante, cuerpo, ay que cuerpo. Pero por dios,
centrémonos, no va a conseguir ablandarme, no, no y no. —¡Eres un gilipollas!
—¡Oye!
No hace falta insultar.
—Te
insulto si me sale del…—me callo de golpe, antes de decir una desfachatez, al
mismo tiempo que me levanto del suelo.
—¿Del? —me
pregunta, sabe perfectamente que es lo que le iba a decir.
—Del
nada, olvídalo —le contesto y me alejo todo lo que puedo de él, me pone
nerviosa, me desconcierta con esa sonrisa.
—¡Espera!
—le ignoro —, dime al menos cómo te llamas ¿no?
—A ti
te lo voy a decir —justo en ese momento llega el metro. Me subo en el primer
vagón y rezo porque ese chico no cruce entre vagones en mi busca.
—Llegas
tarde —me dice la petarda de la recepcionista, cuando llego a la editoral.
—No me
digas tía lista, ya lo sé.
—Echa
el freno madaleno, que te aviso de que las aguas están revueltas hoy.
—Lo
siento Maca, pero es que he empezado un poco mal el día.
—Ya,
bueno, viniendo de ti no me sorprende.
—¡Cabrona!
—¡Puta!
—Te
quiero —contesto sonriente. Maca es mi mejor amiga, de las de toda la vida. Se
vino a Barcelona, desde Sevilla, conmigo. Siempre hemos estado muy unidas.
—Yo te
quiero más. Toma anda —saca un vaso de Starbucks
de detrás del mostrador. La miro con adoración —. Ahora, coge tu café, sube a
tu despacho cagando leches y ponte a trabajar antes de que aparezca la hurraca.
—¿No ha
llegado?
—Tiene
que estar a punto, así que vuela a tu nido a la de ¡ya! —no lo dudo ni un
instante, hago caso de sus palabras, le lanzo un beso en el aire y me voy
corriendo al ascensor. Cuando llego arriba, me voy directa a mi despacho. Dejo
el café apoyado sobre la mesa y enciendo el ordenador. Comienza mi jornada
laboral, miles de correos electrónicos por contestar, otros miles por observar
y evaluar, manuscritos que clasificar y enviar a mis compañeros. Cuando más
concentrada estoy, suena de repente el teléfono sobresaltándome.
—Editorial
Naitea, habla Andrea.
—¿Por
qué dices el nombre de la editorial, si ves que te llaman de recepción, lo cual
significa que ya lo he dicho yo?
—¡Ay,
no seas pejiguera! No he mirado el teléfono, he contestado directamente.
—Eso es
que estabas concentrada…
—Exacto
—En no
derramar el café —suelta de repente.
—¿Qué
pasa que has desayunado un payaso para desayunar o qué?
—¿Comemos
juntas?
—Ya me
estás cambiando el tema de conversación.
—Va, no
seas pava, sabes que no puedo desayunar un payaso, es mi encanto natural.
—Natural
sí, encanto… permíteme que lo ponga en duda.
—Zorra —sonrío.
—¿Comemos
donde siempre?
—Perfecto,
te dejo que viene la jefa —llega la bruja. No sé porque me tenso siempre que
llega mi jefa, porque en realidad tengo buena relación, lo único es que hay que
saber cómo llevarla. Pero estos últimos meses le ocurre algo, está más
susceptible, salta a la mínima y casi da miedo acercarse a ella. Miro el reloj,
son las diez, aún queda un ratito para el descanso, así que retomo todo lo que
estaba haciendo, de esa manera seguro que se me pasa el tiempo más rápido.
Llega
la hora de la comida y da comienzo mí fin de semana. Maca me llama desde
recepción para que baje. Cojo mis cosas y voy con paso liguero al ascensor.
Pulso el botón y en menos de un minuto llega, me muero de hambre y estoy
deseando salir de aquí. Se abren las puertas y dentro hay un chico apoyado
contra la pared del ascensor, me resulta familiar. De repente alza la vista y
se cruza con la mía. —¡Tú! —me dice, dejándome estupefacta.
—¡No me
lo puedo creer! ¿Has hecho caer a alguien más en el metro?
—¿Y tú?
¿Has vuelto a caer de culo? —me contesta sonriente.
—¿Bajas?
—le pregunto, intentando cambiar el tema de conversación. Él asiente y yo… yo
suspiro. Solo imaginarme a solas con este chico en el ascensor, hace que mi
cuerpo comience a temblar.
—¿Entras?
—me pregunta, consiguiendo que me distraiga un poco de mis pensamientos.
Reacciono y me meto dentro. Me quedo mirando el panel, para pulsar la planta
baja, pero veo que está pulsado. Así que lentamente, me muevo hacia la esquina
derecha del ascensor, intentando alejarme lo que más pueda del tira chicas en
el metro. —No te voy a morder —me dice en voz baja.
—Por si
acaso, no se si eres un hombre lobo, o un vampiro —toma contestación.
—No soy
un Edward ni un Jacob —me contesta riéndose —, pero si me dices como te llamas,
quizás me convierta en quien tu prefieras.
—Estás
pesadito con mi nombre. No te lo voy a decir —escucho como suspira.
—¿Me
dejas, al menos, que te invite a un café para compensar lo de esta mañana?
—Lo
siento, pero ahora imposible, he quedado para comer.
—Yo no
he dicho ahora —lo miro a los ojos —, podemos ir esta tarde, o el lunes. Cuando
tu prefieras —me quedo pensando que contestar. Por un lado me apetece mucho,
pero por otro lado… no sé quién es. Justo en el momento en el que le voy a
contestar, se abren las puertas y ahí está Maca esperándome. El guaperas sale
antes que yo, ¡viva la caballerosidad!, pasa al lado de Maca y le sonríe, ella
se queda embobada. Yo voy detrás de él, admirando su cuerpo de arriba abajo,
¡oh que culo tiene!, me paro junto a mi amiga y en el mismo instante en que voy
a saludarla, Don buenorro se gira. —El lunes, a las dos, te vengo a recoger y
te llevo a comer —me deja sin palabras, miro a Maca y está que se le van a
salir los ojos.
—Me has
dicho un café.
—Lo sé,
pero lo he pensado mejor, prefiero que comamos juntos.
—Oye,
oye, no des las cosas por hecho y mucho menos decidas por mí. Quizás no me vaya
bien quedar el lunes o, simplemente,
no me apetezca —Maca me mira incrédula.
—Tienes
razón, debería haberte preguntado si te iba bien. Hagamos una cosa —a ver con
que me salta ahora—, el lunes estaré aquí a las dos. Si te apetece, vamos a
comer, si veo que no bajas lo tomaré como una negativa. Te esperaré durante
quince minutos, si en ese tiempo no has aparecido, no volveré a molestarte —y
¡puff! Como si de un mago se tratase, desaparece por la puerta sin darme tiempo
a responderle. Miro a Maca.
—Aquí
no, mientras comemos, hablaremos de esto.
*****
Llegamos
a la cafetería a la que vamos habitualmente. En ella sirven menús caseros y a
buenos precios, los dueños ya nos conocen y nos tratan como si fuésemos de la
familia. La cocinera, Marga, es una mujer de unos cincuenta y cinco años, de
carácter afable y muy cariñosa. Su marido Alfonso, un encanto de hombre,
atento, galán y con carita de bonachón. Siempre nos reservan la misma mesa y si
algún día no acudimos a comer, los llamamos por teléfono para que no se
preocupen.
Nos
sentamos y miramos atentamente el menú del día. Hoy, de primer plato hay, caldo
de pescado o lentejas y de segundo plato, pechugas de pollo a la plancha o
bacalao. Yo me decanto por las lentejas y el pollo, Maca escoge lo mismo que yo
con unas coca-colas como bebida. Cuando Alfonso se marcha con la comanda, noto
como Maca me mira fijamente. Intento ignorarla, pero su mirada inquisidora me
acojona. Qué queréis que os diga, no la conocéis, cuando saca el genio más vale
que salgas corriendo. Sigue mirándome, yo miro de un lado a otro, intento
hacerme la loca, pero no funciona. Saco el móvil, miro si me ha llegado algún
correo, algún WhatsApp, pero nada. Lo
guardo y sigo haciéndome la loca, pero ella no se da por vencida y sigue
mirándome fijamente. —¡¡¿Qué?!!
—¿Cómo
que qué? —sigo haciéndome la loca, pero
se exactamente lo que quiere. —¡¿Me puedes explicar, que cojones ha sido eso de
antes?!
—¿El
qué?
—Mira
Andrea —uhhhh ha dicho mi nombre, eso no puede significar nada bueno —, o me
cuentas ahora mismo que ha sido ese numerito con el buenorro o…
—¿O? —la
reto. Pero oh, oh coge un cuchillo.
—Te
juro que te corto el pelo al estilo cuchillo y sabes que soy capaz —¡Joder si
es capaz! Como que cuando estábamos en secundaria, cogió unas tijeras y me
cortó mi bonita melena, porque no quise decirle quien era el chico que me había
llamado por teléfono. —Sabes
que soy capaz, así que no me tientes.
—¡Vale!
Ya sabes que he llegado tarde esta mañana —asiente—, pues ha sido por culpa del
chico que has visto en recepción.
—Ya
estás soltando por esa boquita —me dice al tiempo que Alfonso nos trae la
comida.
—Pues
nada, ya sabes de mi fobia a acercarme a las vías del tren, así que como
siempre me he echado atrás. Ha llegado el metro y ha ido entrando la gente. Y
justo cuando iba a entrar, un tío se ha chocado conmigo y ha hecho que cayese
al suelo de culo, con tan mala pata que el metro se ha marchado. Por eso he
llegado tarde.
—Vale y
ese chico, ¿era el de la editorial? —asiento — ¿Y cómo ha sabido donde
trabajabas? ¿Se lo has dicho?
—Nooooo,
por dios. Cuando bajaba a comer contigo, me lo he encontrado en el ascensor.
Imagina la cara de gilipollas que se me ha quedado, cuando lo he visto.
—Pues
la misma que tenías cuando discutíais sobre lo del lunes. Por cierto, ¿qué vas
a hacer?
—No voy
a hacer nada más que trabajar.
—No me
lo puedo creer, ¿no vas a ir a comer con semejante maromo?
—Maca,
ahora mismo lo que quiero es disfrutar de vosotras, de mi trabajo…
—Y de
tus dedos y tu consolador, porque llevas tela de tiempo sin catar hombre —frunzo
los labios. En parte tiene razón, la verdad es que llevo más de un año sin
estar con nadie.
—Eso es
porque no ha llegado el hombre que me complemente.
—Deja
de decir mamonerias, no ha llegado y si lo ha hecho, no le has dado la
oportunidad de acercarse a ti.
—Bueno,
no me calientes más la cabeza y dime que plan hay esta noche —le digo
intentando cambiar de tema.
—Esta
conversación no ha acabado, más adelante la tendremos de nuevo. Y sobre lo de
esta noche, es una sorpresa. Solo te digo que te va a encantar.
Y hasta aquí el primer capítulo, ¡¡¡a ver que os parece!!!
¡Espero comentarios!
¿Que aventuras nos depararán estos dos?
Por supuesto no me voy sin contaros que, ahora mismo, Andrea y yo, junto a todas sus amigas, estamos de concierto.
BESITOSSSSSSSS
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